Hola desde México.
Los saludo con mucho gusto de poder compartir
con Claudia, Christiane y sus lectores este momento de mi vida, que aunque
pudiera parecer muy oscuro, es para mí un regalo de mucha luz, pues hace 3
semanas me hicieron resección del
sigmoides y una colostomía.
Mi nombre es Deyanira y tengo 31 años de
edad, un hijo de 6 años, dos bebés de 1 año y un marido muy bueno. Mi estilo de
vida podría decir que era saludable, buena dieta, nadaba 3 horas a la semana; y gracias a esto entendí que en
nada somos nosotros dueños de nuestra vida, ¿por qué me pasó esto? Simplemente
Dios puso esta prueba para mostrarme porqué me sostiene aquí.
Un martes tuve un dolor muy fuerte debajo del
ombligo que fue aumentando y no se quitaba con nada, me vieron cinco médicos
diferentes; el primero dijo que era colitis el miércoles, el jueves vi a otro y
dijo que era apendicitis y me envió al hospital público para que me operaran
sin costo; allá el tercero y el cuarto corroboraron apendicitis, y mientras
esperaban poderme ingresar a un quirófano ya era la madrugada del viernes. Como se fueron guiados por ese diagnóstico no
me hicieron ningún estudio, ni nada. Finalmente
el quinto médico dijo que no creía que fuera el apéndice, pero que no sabía qué
era, así que abriría para buscar algo.
Esa madrugada me hicieron una laparotomía. Mi
mejor recuerdo es que aunque el dolor y la incertidumbre eran muy grandes, yo
estaba tranquila, en paz, confiada en las manos de Dios.
La operación duró más de 6 horas y perdí
mucha sangre, casi 5 litros me transfundieron. Yo estuve anestesiada por 9
horas. Cuando desperté estaba en la sala de recuperación, y no sabía qué había
pasado, pero sabía que estaba viva. Toqué mi panza y sentí la bolsa pegada a
mí, entonces dije: ya sé lo que me pasó. Y seguí tranquila, ansiosa por ver a
mi esposo de nuevo y que viera que yo estaba bien.
Ya lo sabía porque cuando vi que mi dolor era
tan fuerte, imaginé que me estaba pasando lo mismo que le pasó a mi madre 8
años atrás. Se le perforó un divertículo y le hicieron una colostomía. Yo lo
comenté con los médicos pero lo descartaron porque para ellos yo era muy joven
para tener eso, me dijeron que era algo que le ocurría a los adultos mayores. Pero
sí, yo también tenía divertículos y la perforación en mi intestino era de 15
milímetros.
Reconozco que fui estreñida, pero por lo
mismo acostumbraba el plántago y hasta el zen en por temporadas, pero no lo
veía como algo grave. Aunque nunca imaginé
que me fuera a pasar a mí, no es algo que me sorprende; al contario, creo que
me estuvo preparando mi Señor Jesús para enfrentarlo.
Al quinto día de la cirugía ya andaba
caminando muy bien, con muchas ganas de salir a ver a mis bebés porque no permiten
la entrada de niños en ese hospital, y esa tarde me dieran de alta. Llegué a
casa, y entonces enfrenté los primeros momentos de absoluta tristeza, al darme
cuenta de que me había llevado conmigo esa bolsa, y que yo tenía ahora que
asumir todos los cuidados, la limpieza, el cambio, y creí que no podría. Lloré.
Lloré incluso sobre el hombro de mi madre, cuando lo que más deseaba era que
ella me viera que estaba fuerte ante la situación, pero no podía, sólo quería
llorar.
La oración constante, y el amor de mi
familia, la ayuda incondicional que prestaron mis amigos en todos los sentidos,
es lo que me sacó adelante. Tuve días de ánimo y noches de llanto, sentía que
mis fuerzas se acababan y que no podría
más, si no era la irritación de mi piel con llagas, era la bolsa que se
filtraba, creía que todo estaba mal. Así fueron mis primeros 10 días por lo
menos. Pero a todo fui encontrando el remedio, nada es tan grave.
En mi primer consulta de seguimiento, el
médico me dijo que en 3 meses estaría lista para la cirugía de reconección,
pero que el hospital no tenía espacio sino hasta marzo 2013 para operarme.
Volví a caer en llanto por esa noticia, creí que era demasiado tiempo. Una
amiga me presentó con otro doctor que ofreció operarme en el mes de diciembre
en otro hospital, y esa es mi esperanza ahora, poder comenzar el año próximo
reconectada. Ansío la operación, y mientras me adapto a mi situación como mejor
puedo.
Hoy puedo decirles que no lloro más, y que me
siento honrada por formar parte del grupo de gente noble que comparte su
experiencia de ser ostomizado. Gracias.
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